miércoles, 22 de abril de 2009

ODISEA CON BUEN PUERTO

MIANYANG, DE PASO

Solo teníamos claro que queríamos llegar a Jiuzhaigou. No es un lugar sencillo para ir, nunca lo fue, está metido entre las montañas; además, el año pasado con el terremoto muchas rutas se cerraron, lo que complica aún más la llegada hasta ahí. El sismo tuvo epicentro en la provincia de Sichuan, justamente donde queda Jiuzhaigou. Mirando el mapa y con un mínimo de información de Internet, tiramos monedita para marcar el siguiente destino: Mianyang; desde ahí podíamos tomarnos un ómnibus hasta el parque.

El tren era de 16 horas y los tickets los sacamos a último momento, esto implicó viajar en los peores asientos (hard seat), duros, que no se reclinan, poco lugar para las piernas y menos que menos para los bolsos. De acá en más todo fue una odisea.

Nos fuimos a la estación dos horas antes de que arrancara el tren, cosa de estar en primer lugar en la fila y poder conseguir lugar para los bolsos; porque siempre viajan muchos chinos en el tren; en realidad siempre hay muchos chinos en todos lados. Llegamos un tanto agitados a la estación y ya había una linda fila de gente; todos locales, con muchos bolsos, cajas, bolsitos y bolsotes, se ve que no somos los únicos vivos jeje.

Desde donde estábamos hasta la vía del tren habían unos 300 metros con corredores y escaleras de por medio. Durante esas dos horas de espera planeamos la forma de conseguir lugar para nuestros bolsos. Caminar rápido para ganar lugares y llegar lo antes posible a nuestro vagón, para tirar las “pequeñas” mochilas que llevábamos en los guardabultos disponibles. La hora de abrir la puerta se aproximaba y nos inquietábamos; cada vez llegaban más chinos con mucha carga, todo el mundo apretaba, se apelotonaba, y de a poco muchos se iban colando, no más panchos por el costado. Nosotros puteábamos y nos poníamos ansiosos. En eso sonó la campana, se abrió la puerta y empezó el embudo, la desesperación por hacernos lugar en el enjambre de gente. A pararse rápido, mochilas al hombro, mochilita a la mano, matera, la bolsa de la comida, la otra bolsita. "¿Estamos listos? ¿No nos olvidamos de nada? A correr! Nos vemo en el tren". Esos 300 metros fueron largos, la adrenalina nos permitió hacer todo ese trecho corriendo sin sentir el peso de los bolsos. "Permiso, permiso". Los chinos estaban listos para colarse, apretar y empujar pero no para correr. Fuimos pasando uno a uno hasta llegar a nuestro vagón, entregamos el ticket, veníamos bien pero no sabíamos cuántos chinos ya habían subido, ni cuánto lugar había para nuestros bolsos. Sin aflojar el paso subimos; estaba casi vacío, sólo faltaba acomodar los bolsos antes de que llegara la ola de chinos. Se ve que ya estamos bien sincronizados entre los cuatro, logramos colocar todo, apenas nos sentamos se empezó a llenar el vagón y los chinos puteaban porque no tenían lugar para sus cosas. Por suerte había un policía que defendió el lugar de nuestros bolsos.

El viaje fue malísimo: los asientos duros, los baños… para qué mencionarlos, mejor dejarlos en el olvido. Fueron 16 horas muy largas, no descansamos en lo más mínimo. Lo peor era que no sabíamos a dónde estábamos yendo, no teníamos ningún hostel de referencia para quedarnos ni sabíamos a ciencia cierta si podíamos ir desde ahí a Jiuzhaigou o no.

Cuando llegamos a la estación de Mianyang no encontrábamos a nadie que hablara inglés, como para que nos orientara un poco. Todo un problema. Queríamos encontrar la terminal de ómnibus a Jiuzhaigou y saber cómo llegar hasta ahí para comprar los boletos. Era imposible hacernos entender y entenderlos a ellos. Entre señas, dibujitos y expresiones nos entendieron. Averiguaron que el ómnibus salía en media hora y la terminal quedaba lejos. Así que un señor agarró su auto (nunca entendimos si era una especie de remise o un particular) y nos dijo que nos llevaba. Nuestra primera reacción fue "how much?", "free, free", nos contestó. Obviamente desconfiamos y nos dimos media vuelta, pero había un policía que nos estaba ayudando desde que habíamos llegado y nos dijo que fuéramos en ese auto.

El tipo nos llevó a los pedos porque no llegábamos. Ya en la estación, le agradecimos pila, también como pedo y fuimos a sacar los boletos. Después de más dibujos, gestos y expresiones en la ventanilla entendieron lo que queríamos, pero ya no había más ómnibus hasta la mañana siguiente. Compramos los boletos y preguntamos por un hostel para pasar esa noche, pero sólo sabían de hoteles que quedaban lejos.

Decidimos ir a la calle para buscar por nuestra cuenta. Caminamos media cuadra y se nos acercó un tipo, como para ver si precisábamos algo, otra vez entre señas y con algunas frases en chino de la lonely planet, le preguntamos por un hostel en la vuelta. Este tipo también nos ofreció llevarnos en el auto. Y ahí vamos otra vez nosotros: "how much?" y el tipo "free, free"; Esta vez confiamos, aunque no podíamos creer que nos pasara de nuevo lo mismo; dos se quedaron con todos los bolsos y los otros dos fuimos con el hombre. Nos llevó a un hotel barato que quedaba a una cuadra! Fuimos a buscar las cosas y nos quedamos ahí.

Estamos súper impresionados con todo este episodio. Las dificultades de comunicación, el hacernos entender a través de señas y dibujos. La generosidad y la preocupación de los locales, que se tomaron el tiempo para explicarnos, para alcanzarnos hasta donde necesitábamos. Quizás parte de ese interés que generamos era la típica curiosidad que caracteriza a los chinos, porque éramos como bichos raros, no había turistas por ahí, parecía una localidad productiva e industrial; pero la verdad, nos sorprendió mucho la amabilidad de esa gente.

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